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Mensaje por Robin A. Morgan Sáb Feb 04, 2012 12:29 am

He vivido tan poco pero lo suficiente para saber que nada es tan bueno como parece realmente. En este mundo donde vivimos sometidos por un sistema monárquico, donde egocéntricas personas nos clasifican en base a lo que tenemos o no tenemos. Dulcemente nos condenan a cada uno a vivir una situación diferente la una con la otra, obligándonos y sometiéndonos a ser lo que no somos. Pero aun y con ello, hay algo aun más cruel. El mar. Esa hermosa y basta entidad que se extiende de norte a sur, de este a oeste, nos minimiza como los mortales que somos y nos regala tristes memorias que son tan variadas como estrellas en el cielo. Que su hermoso azul no te engañe, que su dulce sonido no te engatuse. El mar solo trae penas. Del mar llegan mentirosos y ladrones, al mar solo van ingenuos e inocentes en busca de sueños imposibles. En su maligna y encantadora figura amorfa, llegan de su oleaje tristes historias de aquellos que no pudieron vencerlo con el bravo valor de sus corazones, dejando crueles moralejas de “mejor ni querer intentarlo”.

Es tan triste.

Es tan oscuro.

Es tan mágico y doloroso.

Es tan glorioso.

Yo también...

Quiero.

¿Qué esta bien? ¿Qué esta mal? En este mundo de apariencias, en este mundo de falsos valientes, hay quienes aun creen en los sueños y finales felices. Ingenuos hombres que como niños desean y se enfrentan a las adversidades con el único fin de cumplir esas pequeñas metas en su vida que los motiva a continuar de pie. No importa si perdieron un ojo, un brazo, la mitad de su cara. No importa si de sus bocas brota sangre, si de heridas mortales supura el dolor, si de corazones rotos sufren la soledad. No importa, nada importa. Ingenuos que en su inocencia continúan, moribundos, buscando eso que quieren. Allí. En el mar.

Que cruel ese Dios.

Un pesado sentimiento que todo el mundo carga en sus corazones, un abominable deseo con el que pueden encontrar su final. Felicidad o tristeza, todo ello y mas son requisitos que cualquiera de esos aventureros están dispuestos a pagar. ¿Qué más da la vida? Mejor vivir dándolo todo, disfrutándola, abrazando la muerte sin importar el mañana, vivir en el ahora y soñar con un futuro. Que hermoso. Un fúnebre y hermoso pensamiento. Y yo...

Yo también quiero.

Quiero vivir así.
Quiero sentirme viva.
Quiero soñar.
Quiero ese mar.

Yo también quiero.

Porque amo ese mar tan magnifico.

Ese mar que me atormenta, que me aterra, que adoro.
Ese cruel y dulce mar azul.





Seven Seas
Esos que llegan del mar
That cruel and sweet blue sea



Era una de esas tardes oscuras, donde el cielo amenazaba en colores grises su crueldad, agitando las olas más allá de la vista de humano, intimidando y amenazando con que pronto comenzaría a llover. La humedad se hacia pesada, casi parecía que no se podría respirar sin tener que esforzarse uno, procurando fastidiar a los ancianos y asustar aldeanos que cuidan sus comercios. La gente empezaba ya a ocultarse en sus casas fuera de allí, asustada por pequeños quejidos del cielo, donde estrepitosos gruñidos se escapaban a veces junto a luces fugaces y morbosas. Esa misma tarde, seria en aquel pequeño local, una taberna un poco pintoresca en estilo rustico, ubicada humildemente en la calle principal de aquel pueblo pequeño del continente de Amaro. En su nombre fuera del local ese viejo cartel colgante.
La taberna de Brook

El aire amargo del ambiente también se podía sentir allí mismo, insinuando hostilmente que la fiesta entre amigos, marinos y pocos que estaban allí pronto acabaría con la llegada de un aguacero. ¿Y que importaba? Nada de eso afectaría en realidad. Resguardados bajo un techo impenetrable, en esa pequeña y humilde taberna, había quienes disfrutaban, otros solo se emborrachaban, pero todos gozaban de un ambiente agradable. Uno de esos que pocas veces uno ve hoy en día en tabernas así. Era agradable, un poco tosco y sin gracia, pero disfrutable al fin. Conversaciones por aquí, cantos por allá. Nada parecía preocuparles a aquellos que venían a disfrutar, sin amargarse por pequeños detalles sobre el clima o el mundo en general. Incluso su dueño, detrás de la barra de tragos, con su canoso bigote enmarañado mientras limpia una rayada jarra de tragos marineros con un viejo paño casi blanco, podía sonreír al ver que sus clientes estaban más que satisfechos. Detalles pequeños que solo gente feliz puede notar. Él era feliz. Y ver feliz a los demás donde él trabajaba lo hacían feliz. Era un ciclo emotivo de felicidad, donde dar es mejor que recibir y todo se encierra en el mismo círculo de clichés emocionales y cursilerías baratas que conmoverían los corazones de aquellos deprimidos de la vida. Pensamientos tontos para gente tonta, que les gustaba ser tonta. Aunque claro, no todo allí era de la misma bolsa. Había quienes, como Robin Anne, esa pelirroja que limpiaba mesas y lavaba platos, no podía terminar de disfrutar ambientes como esos. No por antisocial, bueno, quizás si un poco por ello pero más que nada por su increíble negación hacia la felicidad misma. Por más que esos pequeños detalles conmovieran su frívola y sarcástica alma de arpía no podía terminar de tragarse los cursis sentimientos que los mismos trasmitían, asqueándose un poco por ello. Y no, no era una negada. Solo la típica adolescente que no sabe que hacer con su pequeña existencia. Más aun ella.

Torpe y amargada Robin Anne, que con su cabello rojo y cara de niña angelical a más de un hombre y mujer llego a encantar, que con su carácter rudo y temerario a más de un macho hizo temblar en sus 18 años de vida. Una joven bastante particular que cada tanto disfrutaba de pasearse por la ciudad con una sonrisa conformista, donde luego se olvidaba de que tenía cosas que hacer y que por su despiste olvido. Esa que odiaba la rutina pero no se atrevía a evitarla, quejándose en silencio en su mente pero conformándose inútilmente. Esa que por alguna razón en el pueblo todos conocían y querían, quizás por sus miles de anécdotas de infancia o por su valiente corazón salvaje con el que solía meterse en incontables peleas con borrachos o bandidos, saliendo victoriosa casi siempre. El perfecto ejemplo de la falta de finesa y femineidad en ese bar de hombres que apestan a alcohol y tierra. Más que podría decirse de ese día, ella solo iba de una lado a otro, complaciendo a los clientes de su tutor, ese conocido William Brook, detrás de la barra de tragos, hablando entretenidamente con sus clientes, mostrando esos musculosos brazos ya algo marchitos por el tiempo. A todos trataba como compañeros la chica, a veces maltratando, otras veces demostrando su cariño con toscos movimientos que a todos encantaban mientras se burlaba de la pestilencia a licor de ellos. Una carismática dama que de dama...No tenía nada.

La misma rutina de todos los días, el mismo vaivén de pocas emociones que sometía la vida a la joven vivir. ¿Quién se quejaría? Ella no, al menos no ahora. Prefería vivir tranquilamente que perderlo todo en un segundo. Torpe ingenuo el que no pensaba antes de actuar. De todas formas, ese día nunca imagino que cambiaria su vida. No por un gran acontecimiento, sino por una simple visita. Mientras las alegres y llevaderas conversaciones continuaban, Robin Anne había pasado de atender mesas a cambiar roles con William, tomando ella el mando de la barra mientras limpiaba viejas copas de vidrio y madera para Ron, en esa ahora desolada tabla. Solo había un par de personas allí, pues todos estaban felices oyendo al dueño tocar en ese predecesor del piano. La pelirroja, como muchos le llamaban, solo volaba en su mente, en pensamientos inútiles sobre trivialidades existenciales de una adolescente. No pensaba en hombres, no le interesaba, no pensaba en casarse, menos le importaba todavía, no pensaba en vestidos o zapatos, que tonterías. Solo pensaba en que clase de mundo tenía que vivir ella. Solo pensaba que ya estaba cansada de la monotonía de su vida pero agradecía el poder disfrutarla. Que contradictoria era su desdicha.

Y así, un suspiro se le escapo.

Robin A. Morgan
Robin A. Morgan
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